Colosenses 2.1-7
Durante los pasados dos domingos hemos hablado acerca de los peligros que la iglesia de Colosas enfrentaba. Como ya hemos indicado, entre esos peligros estaba la influencia gnóstica —que negaba la existencia física de Jesús—, el ascetismo judío y el peligro continuo de las religiones grecorromanas. Tales peligros llevaron al apóstol Pablo a asumir un rol pastoral hacia una iglesia que apenas conocía.
El pasaje considerado nos brinda las razones por la cual el apóstol Pablo asumió un rol protagónico en esta iglesia. Él había entendido que hay una tarea que no termina, que hay una “lucha continua” que se sostiene desde el liderazgo pastoral y desde el quehacer mismo de la iglesia. Mientras reflexiono en esto viene a mi memoria un cántico que escuché de mi pastor en muchas ocasiones: “En las luchas, en las pruebas, la iglesia sigue trabajando; nada la detiene para predicar. Oh gloria, oh aleluya; la iglesia sigue trabajando; nada la detiene para predicar”. Esa fue la misión que Jesús les dejó a sus discípulos cuando les dijo: “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio”; es el mensaje que encierra el envío a los 70, cuando Jesús les dijo: “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros”, pues la tarea sería ardua. Esa lucha es una de advertencia, cuidado y dirección al mundo que Dios ha puesto a nuestro cuidado como iglesia.
Ahora bien, la tarea (o, en palabras de Pablo, “la lucha”) de la iglesia no es un esfuerzo fútil; todo lo contrario: en ese esfuerzo habría crecimiento. Ese crecimiento sería: corazones (entendimiento) fortalecidos, unidad en amor, conocimiento claro de Cristo y la sabiduría necesaria para aplicar los conocimientos recibidos. El resultado de esto sería que las vidas de ellos/as y de a quienes servían serían transformadas; habría discernimiento de la voluntad de Dios; verían el obrar de Cristo en la vida de otros y habría felicidad y claridad en la tarea que realizaban.
En la actualidad la iglesia también enfrenta peligros; estos van desde peligros teológicos hasta prácticos. Son peligros que buscan dividir la iglesia, para que esta no prevalezca en la misión, o insensibilizarla, para que no asuma su rol profético. En días recientes hemos vivido como país casos de maltrato hacia la niñez y hacia la mujer que nos recuerdan que aún hay mucha tarea por realizar. Aun más recientemente hemos visto la convicción de un exfuncionario del gobierno, el asesinato de un empleado municipal a consecuencia de un carjacking, el asesinato de un joven de 15 años y más de 40 muertes por COVID-19 en una semana. Ante estos peligros, la iglesia tiene que continuar ejerciendo su rol profético de reconciliación, esperanza y sanidad.
El resultado último, según lo expresado por San Pablo, será el experimentar la comunión en el Espíritu, esto es, en unidad y relación estrecha entre hermanos y hermanas en la fe y con el mundo al cual el Señor nos ha llamado.
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