Hechos 2. 1-13
El libro de los Hechos nos relata el momento en el que un grupo de 120 creyentes recibieron el Espíritu Santo mientras oraban en un aposento. Como resultado comenzaron a hablar en nuevas lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Esas lenguas testificaban acerca de las buenas noticias de Jesús; como resultado, tres mil personas se unieron aquel día a la fe. Aquel momento marcó la vida de la iglesia y le capacitó con el poder proclamador para cumplir con la misión de Dios en el mundo. Hoy recordamos este evento; hoy celebramos la venida del Espíritu de Dios sobre su iglesia; hoy celebramos Pentecostés.
La experiencia en el Espíritu nos hace hablar diferente; lo vivido en Pentecostés provocó que aquella iglesia comenzara a hablar diferente: ahora su hablar se centraba en las nuevas lenguas que proclamaban acerca del amor, la gracia y la justicia de Dios. En aquel momento todos/as, incluidos los apóstoles, proclamaron que aquella experiencia no era una exclusiva, no era para unos/as pocos/as, sino que era una que todo/a creyente podía experimentar y compartir, aunque hubiese algunos/as que en el camino identificaran la misma como “sin sentido” —como aquellos que pensaban que quienes predicaban estaban “borrachos”—. Sin embargo, esto no les desanimó, pues aquella iglesia entendió que, para quienes escucharan esas nuevas lenguas, ellas serían la puerta a una nueva vida en Jesús.
Las nuevas lenguas tienen que ser entendidas por todos/as; allí había gente de todas partes del mundo, mas no les obligaron a entender su idioma (no les cristianizaron a la fuerza), si no que el Espíritu mismo les capacitó para hablar el idioma de ellos/as, de manera que entendiesen. Las lenguas tienen que ser entendidas, no por nosotros/as, sino por los que hoy necesitan de Jesús. Esto rompe las estructuras de cómo hemos entendido el evangelio, porque nos hace ser empáticos con otros/as, con aquellos/as que nos necesitan; el evangelio tiene que ser vivencia.
Las nuevas lenguas siempre llamarán al arrepentimiento; en Babel las lenguas trajeron confusión, pero, en Pentecostés, las lenguas trajeron dirección. El testimonio era que cada uno/a les escuchaban hablar en su propia lengua. “¿No son galileos? ¿Cómo les escuchamos hablar en las lenguas en las que hemos nacido?” Cada uno/a de los/as que allí estaban escuchaban a quienes habían estado en el aposento hablar de las maravillas de Dios. De la misma manera, lo que hablemos debe conducir a otros/as a Dios.
Finalmente, debemos preguntarnos: ¿Qué estamos hablando?
Hoy el Señor nos llama a ser una iglesia que acepte el desafío de hablar lenguas que testifiquen de su amor, su gracia y su justicia.
Bendiciones,
Pastor Alberto
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