Santiago 5: 13–16
Hace poco más de un año escribí sobre la oración de fe. En aquella ocasión mencioné que la oración de fe es uno de los temas que se abordan en la carta de Santiago. Al leer la carta podemos observar que, desde su inicio, el autor bíblico presenta la oración como la vía para alcanzar la sabiduría espiritual. En la parte final, retoma el tema de la oración con el propósito de acentuar su importancia como práctica imprescindible para enfrentar las adversidades. El autor de la carta había entendido que “el cristiano no siempre vive en la cumbre de la fe”. Esta verdad forma parte de la tradición bíblica en el ejemplo de hombres y mujeres que, en momentos de adversidad, se acercaron a Dios en oración. El mayor de esos ejemplos es el de Jesús de Nazaret en Getsemaní. Para Santiago, la oración es el don divino por el cual el creyente puede afirmar su fe a pesar de las dificultades.
Para los primeros cristianos, las enfermedades eran consideradas adversidades que, además de afligir el cuerpo, podían llegar a afectar la fe. El remedio para las enfermedades, entonces, era la oración, cuyo resultado redundaría en sanidad y fortaleza en su caminar espiritual y en sus necesidades físicas. Esta creencia se ejemplifica con la imagen del aceite, el cual se utilizaba en los tiempos bíblicos como un remedio medicinal. Así pues, ungir a los enfermos con aceite era un recordatorio del poder sanador de Dios. Dicha acción de fe presenta un resultado de fe: sanidad y perdón. Era una forma de destacar que la obra de Dios en la vida del creyente sería integral.
La oración continúa siendo una práctica sanadora y una vía del poder transformador del Señor. Sostenidos en esto, renovamos nuestro compromiso de oración, en particular por aquellos que están enfermos o en medio de algún tipo de adversidad. Hoy lo hacemos ungiéndolos con aceite en el nombre del Señor, como recordatorio de que, aun en la adversidad, la presencia de Dios siempre será sanadora.
Oremos confiadamente; Dios obrará en la vida de su pueblo.
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