Hechos 4: 7–20
El pasaje considerado nos presenta el cuarto discurso del apóstol Pedro. Aunque breve, este es medular para entender la visión teológica que los primeros cristianos adoptaron. En resumen, en este discurso encontramos la respuesta a un conflicto generado por una buena obra: la sanación del cojo. También encontramos una confrontación hacia el liderato religioso de la época, al recordarles su complicidad en la muerte de Jesús. Tal complicidad fue la mayor prueba de su rechazo a Jesús, a pesar de Jesús ser la “pieza” indispensable para el establecimiento del Reino de Dios. Hicieron esto queriendo hacer el trabajo de Dios, mas quedaron avergonzados, pues Dios levantó a Jesús de entre los muertos, y le hizo la “piedra angular” de una nueva casa espiritual de la cual los creyentes son “piedras vivas”. Con esta denuncia, Pedro respondía a aquellos líderes que le cuestionaban cuál era la fuente de su autoridad: era el nombre de Cristo. Con esto, el apóstol les recordó a aquellos líderes que el Jesús que habían rechazado era en sí mismo el autor de la salvación, la salud y de todo bien.
Aquellos líderes no pudieron negar la sanación del cojo; tampoco pudieron impedir el denuedo con el que Pedro y Juan hablaban, por lo que les pidieron a los apóstoles “silencio”. La respuesta de Pedro y Juan fue contundente, pues les hacían saber que su obediencia y su testimonio le pertenecían al Señor.
Como iglesia, nos es imperante reflexionar en este pasaje y observar cómo el mismo nos ayuda a responder en nuestra misión profética, puesto que la respuesta profética de la iglesia también se da cuando las experiencias sanadoras, lejos de ser celebradas, generan conflictos. ¡Qué ironía! Esta situación surge cuando no hay comprensión de la obra de Cristo, ni de la conveniencia de esta obra para la vida del ser humano. Como consecuencia de esta falta de comprensión, se termina entorpeciendo la obra transformadora de Dios.
Segundo, debemos responder sin caer en la tentación de asumir el rol de Dios. Si intentamos asumir el rol de Dios, lejos de hacer el bien, terminaremos siendo guiados por nuestros propios intereses y temores. Tercero, debemos responder con la seguridad de que solo hay una fuente de autoridad: Jesús. Esta fuente de autoridad es capaz de transformar la vida del ser humano al sanar completamente las heridas del alma y del corazón, así como la necesidad espiritual más profunda. Por último, debemos responder con obediencia y fe.
Oremos para que el Señor nos ayude a responder proféticamente en nuestra misión.
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