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La Iglesia y el proceso político en Puerto Rico


Comparto con ustedes en esta Columna Pastoral la siguiente reflexión de la Dra. Agustina Luvis.

¿Dónde está la sal, dónde está la luz en un Puerto Rico convulso dentro de un proceso electoral?

Antes de que Jesús les dijera a sus seguidores y seguidoras: “Ustedes son la sal del mundo, ustedes son la luz del mundo”, les explicó con detalles qué significaba eso. Les recitó las bienaventuranzas, unas declaraciones breves que resumen cómo la iglesia puede ser sal y luz en el mundo.

Una Iglesia que quiere contribuir a la transformación y al bien común tiene que ser capaz de ser compasiva, llorar con quienes sufren, trabajar por la paz, mostrar misericordia, ser de corazón limpio, estar dispuesta a sufrir y ser perseguida por causa de la justicia. Ser sal no parece gran cosa pero cuando la sal se va disolviendo, cuando se mezcla con los alimentos, cuando parece que ha desaparecido, le da sabor a todo. No solo da sabor, también previene que los alimentos se corrompan. Lo mismo sucede con la luz: puede iluminar solo cuando la ponemos en medio de la oscuridad.

Jesús no pretende que convirtamos a la sociedad en sal ni en luz. La sal añade lo que hace falta a este mundo para que sepa bien. Tiene que ser administrada en la justa medida, sin que quede insípido ni salado. Porque si algo soso sabe mal, es peor si es salado. No basta con ser sal, hay que ser sal que transforme, que sane, que evite la corrupción, no que le suba la presión al mundo y haga que infarte. Una Iglesia que vive para ser sal contribuye a que la sociedad no se corrompa y se deshumanice más. Ser sal y luz implica ayudar a que nuestro país descubra el verdadero sentido de la vida.

Jesús les advierte a sus oyentes que aun la sal puede corromperse. La sal puede volverse insípida y, cuando eso sucede, ya no sirve para nada y es pisoteada por el mundo. Lo hemos visto en nuestro país: discípulos y discípulas de Jesús que pierden su identidad de sal y luz, y echan a perderlo todo. Y cuando eso sucede, la Iglesia y su testimonio quedan anulados, estamos de sobra, no producimos lo que Jesús quisiera.

Lo mismo sucede con la luz si, en lugar de aportar claridad con nuestras vidas para que la sociedad vea el verdadero rostro de la justicia, nos servimos de la iglesia y de nuestras posiciones para satisfacer nuestros propios intereses, oscurecemos la vida misma.

La Iglesia no necesita ir en contra de la sociedad, no necesita llegar al poder para imponerse ni coartar los derechos de los demás. La Iglesia necesita vivir el Evangelio y así dar testimonio de dónde está la sal y dónde está la luz.

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