Texto: Daniel 3:1-23
Leía recientemente unos artículos entre los cuales se planteaba que, para salir de la crisis económica que se manifiesta a nivel mundial, se requiere de “políticos audaces”. En otras palabras, de gente que pueda pensar “fuera de la caja”, que no es otra cosa que mirar desde perspectivas nuevas y renovadoras unas estructuras político-económicas que no parece que puedan dar ya mucho de sí. El asunto es, que todas las estructuras son creadas y mantenidas por los seres humanos, de modo que, para que las mismas puedan ser de beneficio a la sociedad, hace falta, a su vez, de hombres y mujeres audaces que las transformen.
Estos pasados días hemos visto a un pueblo que nos ha sorprendido. Creíamos que la gente ya no tenía capacidad para indignarse ante las atrocidades que leíamos en las redes o escuchábamos en los noticiarios. Pensábamos que estábamos destinados y destinadas a mirar y evaluar nuestra realidad sólo a través del prisma de los colores de los partidos políticos, anulando así las posibilidades de que se conozca la verdad de las actitudes y componendas que se gestionan a puertas cerradas. Pero como dice la Palabra; “No hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a la luz”. (Marcos 4:22)
Y ante eso, vimos con alegría y esperanza un pueblo indignado y herido, que se puso en pie, se tiró a la calle, bajo el intenso sol y la lluvia, para reclamar justicia. Marchas encabezadas y convocadas por jóvenes audaces, persistentes, aún atrevidos, que con una diversidad de formas y maneras dejaron sentir su voz y su indignación, convocando al pueblo a la acción.
Recordé por un momento a Medrac, Mesac y Abednego, tres jóvenes que se enfrentaron al rey Nabucodonosor. Aquel no fue simplemente un enfrentamiento por no querer humillarse ante una estatua. Desafiaron la orden de humillarse ante dioses ajenos, a inclinarse ante lo falso, y de postrarse ante lo que sólo trae destrucción. Sí, aquellos jóvenes se enfrentaron y retaron la autoridad humana y se mantuvieron firmes en sus convicciones. Al punto de estar dispuestos a enfrentarse al fuego, y ante el riesgo de ser abandonados, incluso hasta por Dios. Pero, como Dios no abandona a quienes buscan la verdad y la justicia, Dios se hizo presente en medio del fuego. Fue Dios mismo quien los acompañó y les salvó.
En los últimos días, hemos visto el testimonio de unos jóvenes audaces que se han atrevido a cruzar líneas ideológicas, partidistas, sociales y económicas, para enfrentarse a los dioses de la avaricia, la mentida, la burla, la maquinación y la injusticia.
Pueden incomodarnos muchas de las palabras y algunas de las formas, pero eso no debe ser excusa para dejarles solos y solas. La iglesia tiene que hacerse presente, vigente, relevante, acompañando aún hasta el fuego, a quienes se enfrentan a los dioses de este tiempo que van en contra de lo que Dios quiere para el mundo al que amó y continúa amando.
En uno de los carteles que ondeaban unas chicas leí lo siguiente; “Nos enterraron y no sabían que éramos semillas”. En las marchas, he visto el brote de una semilla de solidaridad que debe ser cuidada y atendida para que su fruto no se tuerza, sino que siga de forma recta en la dirección del propósito divino. La juventud y la niñez de nuestra patria necesitan de una iglesia que les acompañe, y en ese acompañamiento, les inspire, les dirija, y les conduzca por un camino más excelente. ¡Que así nos ayude el Señor!
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