Adviento simboliza nuestro peregrinaje espiritual, tanto a nivel personal como colectivo. De igual manera, desde ambos niveles, representa una invitación a la conversión. En otras palabras, que nos invita a esa transformación que sólo es posible en la medida en que miramos y buscamos al Señor de una manera diferente.
En esta celebración tan especial, afirmamos que Dios no se mantuvo a distancia. Es Emmanuel, Dios en medio nuestro, que se hizo humano, para asegurarnos que una vida nueva y transformada es posible, pues Dios en Cristo Jesús lo hizo posible. Por eso podemos afirmar como el apóstol Pablo que, “las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas, y todo esto proviene de Dios”.
Con frecuencia pensamos que la conversión es sólo un acto puntual, que está relacionado con el levantar la mano o pasar al frente en el templo y aceptar a Cristo como salvador personal. La conversión tiene que ver con eso y mucho más. Sobre todo es una respuesta que evidencia una decisión continua de ser más como Cristo. Implica entonces una demostración constante de que Cristo vive en nosotros y nosotras y que por lo tanto, procuraremos que, las maneras en que obramos en la vida, reflejarán siempre el carácter de Cristo. Recordemos pues las palabras del apóstol Pablo; “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta”.
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