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Foto del escritorRvdo. Alberto J. Díaz Rivera

¿Dónde estamos?

Lucas 2: 49

 

El pasaje considerado forma parte de una singular historia. Para entenderla a plenitud es importante saber que la ley judía les requería a los varones ir a Jerusalén para la celebración de tres fiestas: Pascua, Pentecostés y los Tabernáculos. Por razones prácticas, muchos asistían solo una vez al año. Por el evangelio de Lucas sabemos que el padre y la madre de Jesús lo llevaron a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Pareciera que para el autor no era significativo detallar lo que sucedió durante los siete días de la fiesta, sino que fija su atención en lo sucedido al terminar la fiesta. Según la tradición, los que viajaban grandes distancias a Jerusalén viajaban en grandes grupos por motivos de seguridad, principalmente en compañía de sus compueblanos. Aunque el grupo caminaba junto, lo hacían de manera segmentada, pues los hombres caminaban al frente de la comitiva y las mujeres, al final. Es posible que, a su regreso de Jerusalén, los padres no se hubiesen percatado de la ausencia de Jesús debido a la separación física que había entre ellos durante aquel recorrido.


Al percatarse de la ausencia de Jesús, sus padres iniciaron una búsqueda de tres días que concluyó en el templo, donde encontraron a Jesús aprendiendo de los doctores de la ley. El momento fue uno de desesperación, tanto que María le preguntó a Jesús: “¿Por qué nos has hecho esto?”, es decir, ¿por qué les había hecho pasar aquella angustia?, pues ellos desconocían dónde estaba Jesús. No estaba perdido: él estaba “en los negocios de su Padre”. Aquella respuesta no era solo para María su madre; era una lección en sí misma para quienes le escuchaban y para nosotros como discípulos del Señor.


“Estar en los negocios del Padre” es una afirmación del sentido del deber para con la tarea a la que hemos sido llamados. Según el relato, esta tarea tiene que cumplirse dando valor a las Sagradas Escrituras, pues es por ellas que los siervos de Dios reciben capacitación para toda buena obra. Así mismo, debemos priorizar a Dios sobre todos y todo, como más adelante expresaría Jesús: “aquel que no aborrece padre ni madre no es digno de mí” —como he discutido antes, con estas palabras, Jesús no contradice su mandamiento del amor, sino que establece un orden de prioridades, pues el amar a Dios sobre todas las cosas nos enseña a amar como el ama—. De manera particular, Jesús hace saber que aquellos “negocios” iniciaban en el templo, es decir, en la vida de fe comunitaria. No obstante, a través de su ministerio, nos recuerda que la tarea que el Padre le había encargado superaba los límites del Templo y de la religión.


Ante un relato como este, debemos preguntarnos: ¿Estaremos dispuestos a estar en “los negocios del Padre”? ¿Valorizamos las enseñanzas de las Sagradas Escrituras en nuestras vidas? ¿Hacemos de Dios la prioridad de nuestra vida? ¿Propiciamos la experiencia de fe comunitaria que nos prepara para el quehacer de la misión? Si esto hacemos, no estamos perdidos: seremos un referente a otros de lo que implica cumplir con nuestro deber con el Padre.

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