El aniversario de una iglesia, además de ser un tiempo de celebración, debe servir como un tiempo de introspección. Este momento nos invita a visitar el pasado, en el cual veremos la continua fidelidad de Dios. Segundo, nos hace mirar el presente y nos invita a reflexionar en él y reconocer sus desafíos y oportunidades y a responder proféticamente a las necesidades de nuestro entorno. Dicha respuesta requiere una predicación renovada que sea congruente entre palabras y hechos. Tercero, durante el aniversario de la iglesia miramos al futuro con expectación y fe, pues creemos que, así como Dios estuvo con nosotros en el pasado, guiará y sostendrá a su iglesia en el futuro.
Durante esta semana de aniversario el Señor nos ha hecho una invitación como iglesia. La primera, a ser una iglesia con corazón de siervo, es decir, que seamos entes de bendición para aquellos a quienes el Señor espera a que regresen a su casa. Para cumplir con esta invitación, nuestra vida de fe debe ser una de entrega total a la voluntad de Dios por quien Él es, y no por lo que podamos recibir de Él. La segunda invitación es a ser una iglesia que abra espacio a la niñez, una iglesia que se haga niño o niña para presentarle a esa generación emergente a Dios como su amigo fiel. Tercero, el Señor nos invita a ser una iglesia que predica y discipula con palabras y hechos. Con esta invitación, nos exhortó a no olvidar la responsabilidad que tenemos como iglesia de ayudar a crecer a quienes nacen en la fe.
Al finalizar la celebración de 123 años de vida, como iglesia, renovamos nuestro compromiso con la misión de Dios en el mundo, con la proclamación del evangelio y con hacia quienes Dios nos ha enviado. Lo hacemos afirmando el llamado que Dios nos hizo desde aquel 3 de agosto de 1900 a ser una “iglesia que alcanza, predica y discipula para la misión”.
¡Feliz aniversario 123!
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